“Emilia Pérez” y el sentido de la responsabilidad

“Emilia Pérez” se convirtió en la película de habla no inglesa más nominada en la historia de los Premios Oscar, pero sus polémicas detrás de cámaras y su desfachatez frente a ellas han encendido el debate público sobre su calidad cinematográfica y lo que representa en su fondo.

No podemos entender la historia universal sin el aliento del patriotismo soplando en nuestras colectividades. Si hablamos de Guerras Mundiales, Guerras Civiles, invasiones o riñas en redes sociales, el patriotismo de las personas siempre está ahí, ardiente y listo para empujar a un sujeto que adora su nación a enfrentarse a cualquier persona que haya vulnerado a su patria o su propia identidad nacional. La efusividad de la gente por hacer respetar y ver representada a su patria se percibe en eventos como los mundiales de deportes y premiaciones internacionales, o cuando algún famoso hace comentarios prejuiciosos u ofensivos en contra de la identidad cultural de un país. 

Ejemplos chilenos recientes de esto son la funa pública al cantante Adam Levine, la campaña realizada en contra de Miss Universo cuando la modelo Emilia Dides quedó fuera del top 5 de la competencia o el fenómeno masivo ocasionado por la llegada del streamer estadounidense IShowSpeed a Chile, y la generación de debate en redes sociales sobre cómo fue representado nuestro país en la mundialmente viral transmisión en vivo del norteamericano. Incluso el chileno, perteneciente a uno de los países más fragmentados, centralizados y polarizados culturalmente, grita, se emociona y defiende su patria con fervor, ya sea gritando al televisor, peleando en redes sociales o mandando recetas al Instagram de un famoso. 

Mi punto es que el patriotismo es algo cuyo impacto nunca debería ser subestimado. Inspiró guerras e invasiones en siglos pasados, y en la actualidad genera insultos, peleas y discursos de odio. Incluso el patriotismo, en labios de un vocero peligroso, puede derivar en nacionalismo, que construye y difunde ideas de ultraderecha en el mundo (ahora crecientes), que incluyen peligrosos discursos antimigratorios e intolerantes que se asemejan ideológicamente a los fascismos que provocaron algunas de las peores catástrofes de nuestra historia. En la sociedad actual, globalizada al máximo y con la facilidad y alcance comunicativo de las redes sociales, los discursos patriotas se difunden a la velocidad de la luz, y construyen cómo piensa el resto sobre el mundo, otras personas y países. El patriotismo no es cualquier cosa, por lo que debes hacerte responsable si vas a meterte con temas que involucren la identidad cultural de una nación, y debes tener más cuidado todavía si vas a meterte con tópicos que puedan herir sensibilidades profundas. El director francés Jacques Audiard claramente no pensó en esto cuando filmó “Emilia Pérez” y le presentó al mundo su México colorido y romantizado, alejadísimo de la realidad del país. Minimizó a los cerca de 132.3 millones de mexicanos como si fueran personajes de un libro de ficción.

“Emilia Pérez” es la película más comentada de este inicio de 2025, y es posiblemente la cinta nominada a prestigiosos premios internacionales más polémica de los últimos veinte años. La obra se centra en un narcotraficante mexicano, Manitas del Monte (interpretado por Karla Sofía Gascón), que quiere transicionar para cumplir su más profundo deseo: ser una mujer. Lo consigue con la ayuda de Rita (Zoe Saldaña), una abogada algo frustrada con el poco reconocimiento hacia su trabajo, quien además le socorre para transportar a su esposa Jessi (Selena Gomez) y sus hijos a Suiza, y hace creer a los medios de comunicación que Manitas ha muerto. Años después, Manitas, ahora Emilia Pérez en cuerpo y alma, se reencuentra con Rita para pedirle ayuda nuevamente, esta vez para poder llevar a su esposa y sus hijos de vuelta a México y así volver a vivir con ellos, propósito conseguido con algo de reticencia por parte de Jessi, quien no sabe que Emilia fue en el pasado su esposo. Luego de esto, Emilia busca rehacer su vida fundando una ONG, junto a Rita, enfocada en buscar los cuerpos de personas desaparecidas en crímenes ligados con el narcotráfico y devolverlos a sus familias. La película nos muestra a Emilia viviendo su nueva realidad con sus nuevas pasiones, secretos, deseos y frustraciones a través de un musical colorido, estridente y destartalado. 

El filme dirigido por Audiard se ha metido en muchas controversias luego de enfrentarse a la recepción del público (la crítica especializada ha elogiado a la cinta más de lo que la ha cuestionado), la cual, sobre todo en México y Latinoamérica, ha sido salvaje y honesta con un enunciado principal: “esta película no representa a México”. “Emilia Pérez” ha sido tachada de ofensiva, prejuiciosa, burlesca y ridícula, entre otros adjetivos, por cómo enfoca las sensibles temáticas del narcotráfico, la criminalidad y la corrupción en México, temas que han dejado heridas profundas que aún no cierran en miles de personas del país. En lo que respecta a la opinión de un servidor, la película no es necesariamente ofensiva por su premisa (de hecho, creo que la idea de un protagonista narcotraficante que transiciona para ser mujer tenía mucho potencial para cuestionar la moralidad de la gente y cómo funciona el perdón y la redención en la sociedad moderna), pero sí desarrolla sus materias con un desdén y displicencia graves, planteándolos como si fueran problemáticas de no tan compleja resolución o no fueran tan importantes comparados con el sustento temático principal de “Emilia Pérez”: la fuerza del amor, el deseo reprimido y la redención. 

Incluso minimizando la gravedad de no desarrollar seriamente temas complejos como los planteados en la película, “Emilia Pérez” también se involucró en polémicas desde atrás de las cámaras. Siendo una cinta muy enfática en que su premisa transcurre en México y sus tópicos y personajes son propios del país, la película fue filmada en París y no cuenta con ningún mexicano en su equipo de producción (excepto un productor ejecutivo), ni siquiera entre sus actrices principales (excepto Adriana Paz, quien tiene un papel secundario). Esto no sería tan problemático si las actrices no tuvieran problemas con su español (hay varios errores de pronunciación y de conjugación de palabras, aunque esto último parece ser más culpa de los guionistas, sobre quienes podemos sospechar que tradujeron el guion del francés al español de manera literal) o la puesta en escena no estuviera llena de incongruencias y errores en la representación escenográfica del país. No puedes hacer una película en la que una de tus protagonistas es una abogada mexicana y no saber que los juicios en México no tienen un jurado como en Estados Unidos, como se presenta erróneamente al principio de la cinta. No puedes hacer una película que trate la corrupción mexicana y cometer errores como nombrar instituciones inexistentes o desactualizadas (como la “Cárcel Central” o la “Universidad Nacional de México”), fallos que podrían haberse evitado con una simple búsqueda en Google. Hay elementos visual y contextualmente extraños en ciertas escenas que sacan de la película a cualquier persona que conozca algún mínimo detalle de la vida en Latinoamérica, como Emilia Pérez tomando una copa de vino en las mesas de un puesto de comida instalado en un tianguis, como si estuviera bebiendo en el restaurante más fino de París. 

Esta falta de investigación básica sobre México, que genera que el público latino note las evidentes disonancias escenográficas y fallas de pronunciación del español y sea sacado de una posible inmersión en la cinta, se confirmó en los dichos del propio Jacques Audiard, quien confirmó en una entrevista que no investigó mucho a México porque “lo que tenía que entender ya lo sabía un poco”, desatando la indignación del público mexicano, quien vio cómo el director francés era premiado internacionalmente por aprobar incomprensiblemente un examen sin estudiar. La reacción furibunda de los mexicanos fue tan fuerte que el propio director pidió perdón “si hay cosas que parecen escandalosas” en una entrevista posterior. Las críticas fueron acentuadas aún más luego de distintos comentarios de la actriz española Karla Sofía Gascón, quien afirmó, hace unas semanas, que comprendía que el odio hacia a la película era sólo de unas pocas personas, y que a los “mexicanos de verdad” les encantaría a la cinta, segregando a la población odiosamente. La actriz fue nuevamente criticada hace poco por plantear en otro comentario en redes sociales que existe una campaña de odio orquestada contra la cinta, y comparó los comentarios esbozados contra la película con los discursos de odio de la Alemania Nazi (“Cuidado con seguir pasando por alto discursos de odio, así empezaron en Alemania y acabamos en campos de concentración” fue su enunciado). Así como en este último comentario se compara a la ligera el mayor genocidio de la historia de la humanidad con las críticas que hace una nación hacia una película que la representó a través de la perpetuación de prejuicios y nulo respeto por su cultura, “Emilia Pérez” trata a la ligera la criminalidad y las vidas arruinadas por el narcotráfico en México. Todo alrededor de “Emilia Pérez” está tapado con un velo de displicencias y comentarios de mal gusto que hace pensar que la gente detrás de la película no hace nada para apagar el fuego a su alrededor. 

Audiard y Gascón también han enfatizado en entrevistas que “Emilia Pérez” es ficción y no busca representar una realidad, e incluso Gascón afirmó que “la película podría haber ocurrido en cualquier país”. Si bien el hecho de que es una ficción es cierto, la cinta sí es enfática en mostrarse como una “representante crítica de problemáticas profundas y arraigadas en México”, entonces las contradicciones son evidentes, de mal gusto e irrespetuosas con las personas realmente afectadas por las desapariciones y la criminalidad en el país norteamericano. Si tu película realmente podía ocurrir en cualquier nación, ¿por qué escogiste un país real que ni siquiera te diste el tiempo de investigar bien? Y si, a pesar de todo, vas a seguir adelante con tu proyecto localizado en México, ¿entonces por qué te comprometes a desarrollar temáticas sensibles, sobre todo si ni siquiera ese va a terminar siendo tu foco principal? Es peligroso e irresponsable.

Ni siquiera es que la película sea especialmente conmovedora o sensible con el planteamiento de sus temas, ya que el guion de “Emilia Pérez” es un despiporre. Las frustraciones laborales de Rita se plantean interesantemente en la película al principio y se dejan de lado durante el resto del metraje. La vida hedonista de Jessi, máscara de una infelicidad y baja autoestima perceptible en ciertas escenas, plantea ciertas aristas interesantes de la historia, pero también este tema es abandonado después. El deseo de Emilia de ser una mujer y “por fin sentirse ella misma” es el puntapié inicial para la premisa y el desarrollo de la historia, pero la segunda parte de la película y el clímax no tienen nada que ver con esto. El clímax ni siquiera tiene que ver con los desaparecidos ni el narcotráfico, y mucho menos con el “corrupto sistema judicial”, explícitamente criticado en varias escenas previas. El guion plantea subtramas y cuestionamientos que abandona después con una displicencia errática, como si nada importara realmente a nivel de acontecimientos. Ni siquiera la redención de Emilia Pérez por su ONG, quien antes fue un narcotraficante peligroso que también mató y desapareció personas, es desarrollada ni cuestionada más allá de un “ahora soy bueno y quiero ayudar al resto”, para posteriormente poner al personaje en un pedestal muy cuestionable y ofensivo, como si en la vida real fuera tan fácil y moralmente aceptable cambiar de la nada tu estilo de vida y ser recordado como un mártir por ayudar a personas que tú mismo dañaste profundamente años atrás. Ni siquiera hay un cuestionamiento (que, como dije antes, podría haber sido interesante) hacia cómo la gente olvida y “perdona” con el paso del tiempo (véanse en Chile el regreso al ojo público de las figuras “canceladas” por el Estallido Social, en un ejemplo mínimo comparado con el turbio caso de Emilia Pérez), pero la película ni siquiera plantea eso como un mínimo punto a reflexionar, porque el personaje de Emilia no tiene ningún obstáculo en su cambio de vida más allá de Jessi, lo que es decepcionante y tremendamente desaprovechado a nivel temático. 

Las canciones tampoco funcionan. No tienen coherencia musical (no es inusual que las letras vayan fuera de ritmo), narrativa ni estructural. De hecho, estas parecen diálogos con música de fondo más que realmente canciones con impacto dramático o que marquen puntos estructurales de la historia (como debería hacer, en teoría, un buen musical). Nada tiene mucho que ver con nada. Lo único que parece mantener unido con cinta adhesiva al guion de “Emilia Pérez” a nivel nuclear es, como dije antes, el deseo reprimido, el amor y la redención del alma, que son sentimientos que afectan a todos los personajes, pero estos son enfocados puramente desde el melodrama telenovelesco y una apelación cinematográficamente sensorial al espectador. 

Mientras uno más revisa los acontecimientos ocurridos en “Emilia Pérez”, más puede darse cuenta de que Jacques Audiard no pareció querer hacer una crítica social genuina a México, sino que quiso utilizar al país como un mero escenario estéticamente funcional y más o menos coherente a nivel de contexto con la premisa que pensaba. Incluso, la transición de Manitas a Emilia Pérez ni siquiera es desarrollada desde el enfoque de un hombre que siempre se sintió una mujer y ahora puede vivir como una, sino que es usada como un recurso narrativo para justificar el cambio de vida de Manitas y hacer que pueda reencontrarse con Jessi y sus hijos sin que estos se den cuenta que es él. Acorde con esto, la comunidad LGBTIQ+ no está contenta con la representación trans de “Emilia Pérez”, precisamente por su vaguedad y perpetuación de estereotipos que demuestran un nulo esfuerzo en humanizar o desarrollar genuinamente las emociones y vivencias de una persona transexual. La empatía de la comunidad hacia la película tampoco se vio fortalecida luego de que Karla Sofía Gascón dijera en una entrevista que ella no representaba a la comunidad, sino que sólo a sí misma, luego de ser la primera actriz transexual nominada al Oscar a Mejor Actriz en la historia de la premiación. 

Nada en “Emilia Pérez” parece profundo ni intencionado desde la reflexión y conexión con la realidad. Todo parece un cuento escrito sin sentido de la responsabilidad o del respeto. Todo es un recurso. Nada es importante. Nada es sensible. Nada es profundo. Todo son vibras, colores e impacto fácil.

Y ojo, que hacer una película desde las vibras y la emocionalidad no está mal necesariamente. Incluso hay películas de este estilo que ni siquiera representan fielmente al país donde transcurre su historia y funcionan bastante bien en su cometido. Véase “Moulin Rouge!”, dirigida por Baz Luhrmann, un viaje musical sostenido por el amor apasionado y el deseo que trasciende los límites grises de la realidad, cuya historia ocurre en Francia. Pero ¿por qué “Moulin Rouge!” funciona y “Emilia Pérez” no? Porque la primera película no se compromete con desarrollar algún tema o problemática francesa cuya herida siga abierta en la sociedad. Son vibras, colores, música y emoción porque se limita a eso: vibras, colores, música y emoción. Ni siquiera ofende a nadie en su representación de Francia, aunque McGregor y Kidman no hablen ni una pizca de francés. “Emilia Pérez”, en el fondo, son vibras y colores (ni siquiera emoción, porque no se siente natural), pero se compromete en varias escenas con ser cine rompedor, crítica social, estudio de personajes, ejercicio de estilo, visibilización de un país en crisis y demás. Audiard pide matrimonio y no se casa con ninguna idea. Debes tener cuidado con lo que muestras en tu historia ya no sólo por respeto a la gente y su reacción, sino que también debes hacerte responsable por respeto a lo que quieres que sea tu propio proyecto.

Aquí entra el sentido de la responsabilidad. “Emilia Pérez” es irresponsable. Ni siquiera es un 1/10 como muchos plantean (tiene buena cinematografía y ciertas escenas están bien logradas), pero es muy dañina e irresponsable. Su mayor éxito en crítica ha sido en países europeos y anglosajones, naciones que probablemente vieron la película sin siquiera darse cuenta del mal español porque la vieron con subtítulos. Países donde los problemas de México, que algunos son propios también de Latinoamérica, son vistos desde afuera y, por lo tanto, no es tan terrible utilizarlos como piso para escalar a un viaje más sensorial y fantasioso, alejado de lo real. Hay que tener sentido de la responsabilidad con esto. No es imposible ni inmoral desarrollar fantasías a partir de historias o tormentos reales y vigentes, pero hay que hacerlo con mesura, coherencia y dándoles el peso que merecen. Hoy en día el público aprecia experimentar fantasías que desconecten de la realidad gris, frenética y agotadora en la que vivimos, pero también es consciente que es ingenuo tapar el sol con un dedo, y que los matices de la realidad, sean oscuros o claros, siempre van a ser más complejos, interesantes, reveladores y trascendentales que una fantasía básica hecha para complacer los sentidos. Una película también nominada a los premios de este año (y mucho más congruente y emotiva que “Emilia Pérez”) es “Anora”, dirigida por Sean Baker, que hace un paralelismo inteligente con los cuentos de hadas clásicos, esta vez con una primera mitad inspirada en “Cenicienta” que readapta a la modernidad esta fantasía, la cual es rota abruptamente con un regreso a la realidad negra, agridulce, triste y cruelmente graciosa que enfrentan los personajes. “Anora” refuerza lo que ya sabemos: podemos engañarnos un tiempo y pensar que vivimos en una fantasía, pero al final la realidad siempre será más fuerte. Lo que también nos muestra “Anora” y la vida misma es que la realidad no es totalmente mala, ya que tiene matices: momentos grises y momentos coloridos. Ese contraste es el que dota de emociones a las cosas y vuelve especiales a las experiencias. “Emilia Pérez” ignora cruelmente la realidad para taparla con una fantasía irreal y displicente. “Anora” nos muestra que la realidad siempre vencerá a la fantasía, pero que eso, si bien puede ser muy triste, tampoco es tan malo. Ese es un relato humano y sensible con los temas que desarrolla. Todos pensamos y deseamos nuestras propias fantasías, pero es de sabios no cegarse por ellas y saber llevar tu sueño a la realidad en vez de tapar tu realidad con un sueño.

Conociendo el carácter polémico de los Premios Oscar y su historial en premiar a las películas según su impacto sociopolítico más que por su calidad cinematográfica, lo más probable es que “Emilia Pérez” gane más de un premio. Como mínimo se llevará “Mejor Canción”, “Mejor Actriz de Reparto” y “Mejor Película Extranjera”, lo que, en mi opinión, ya es darle muchos focos a una película que no los merece. Es peligroso hacer sentir importante a un proyecto que no dio importancia a nada, ya que puedes dar la idea que hacer películas de esta manera (sin investigación ni sensibilidad por el contexto de tu historia) está bien, cuando, y la reacción disgustada del público lo demuestra, claramente no lo está. 

La realización de películas ocurridas en países latinoamericanos usando prejuicios y sin investigar a la nación utilizada ya ha ocurrido muchas veces antes (con Chile ya había pasado recientemente en “Los 33” y “Prueba de Fe”, con muestras desinformadas y estigmatizantes de nuestro país), pero esas representaciones ya son condenadas públicamente desde hace varios años. En esta era, la más globalizada de la historia, uno cree que ya no se cometerían errores tan básicos en la representación de una cultura ajena, lo que hace que lo de “Emilia Pérez” se vea peor. Ahora tienes herramientas para no equivocarte en estas cosas, y por eso, además de la efusividad de la gente propia de la enajenación de estos tiempos, el error se paga más caro. Por eso y por el patriotismo nato que tenemos los latinoamericanos cuando alguien se mete con nuestra tierra; patriotismo que quizás viene culturalmente arraigado desde las guerras contra la colonización. Todo esto trae más polarización y discursos de odio que dañan la percepción cultural del resto del mundo sobre Latinoamérica y tensionan las discusiones alrededor de un tópico tan bonito como las mejores películas del año, sucesos que podrían haberse evitado si “Emilia Pérez” se preocupaba de verdad de la gente que buscaba representar. Audiard subestimó a México, y no lo está pagando caro desde el punto de vista de la crítica internacional, pero habrá que ver su cobro en cuanto a cómo será recordado en los próximos años. Los galardones brillan en la repisa, pero es el pueblo el que escribe tu nombre en la historia.

Vicente Fontecilla

Estudiante de Periodismo de la Universidad de Chile. Administrador y creador de contenido en el instagram Fontecine. Cinéfilo y fiel creyente de que la prensa bien hecha puede cambiar el mundo.

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