¿Dónde estabas cuando murió Piñera? El legado de un héroe

A un año de la muerte de Sebastián Piñera, su figura terminó siendo rescatada por los mismos que lo cuestionaron y que venían a cambiar la política. Monumentos, santuarios y palabras de elogio florecen, pero hay cosas que no pueden ni deben olvidarse. Sus períodos estuvieron marcados por la desigualdad y la represión. Más allá de los mineros rescatados (si, los 33) o la entrega de los IFES o los 10% (aunque haya estado en contra). En definitiva lo que marcó su paso por La Moneda fueron los ojos perdidos, la violencia de Estado y la represión durante la revuelta popular.

¿Dónde estabas cuando murió Piñera? a estas alturas ya es una pregunta clásica en las conversaciones. Hace exactamente un año, todo Chile intentaba comprobar si era verdad la noticia de que un helicóptero había caído en el Lago Ranco, piloteado por Sebastián Piñera y que le había quitado la vida. Todos escuchamos el audio de la señora de alta alcurnia que nos anunciaba que “se nos murió Tatán”. A todos nos pasó algo por dentro ese día, porque finalmente con la muerte de Piñera terminó de cerrar definitivamente el arco abierto en octubre de 2019 en nuestro país (rechazo de la Constitución incluído).

Pareciera que desde ese día, todos olvidaron que su gobierno, además del post natal de 6 meses o el matrimonio igualitario, también protagonizó las mayores violaciones a los derechos humanos desde el retorno a la democracia. La construcción de una capilla-santuario en las orillas del Lago Ranco, y por sobre todo el proyecto de ley que busca instalar una estatua en homenaje al expresidente en la Plaza de la Constitución, frente al Palacio de La Moneda, han abierto el debate sobre su legado. Pero ¿cuál es el legado de Piñera?

El legado de Piñera

Si nos remontamos al pasado podríamos mencionar episodios como el Banco de Talca, en donde infringió la Ley General de Bancos para amasar su fortuna o el Piñeragate donde desprestigió a su compañera de la patrulla juvenil, Evelyn Matthei. Pero viendo específicamente sus gobiernos, hay un par de cosas que sería bueno recordar.

En 2011 estalló el movimiento estudiantil con masivas protestas en todo el territorio nacional. A la intransigencia del Gobierno que no cedía un milímetro en las demandas de educación pública gratuita y de calidad, se sumó una feroz represión que no se veía desde los tiempos de Pinochet, como el trístemente recordado 4 de agosto, o la represión del 25 de agosto que terminó con el asesinato del jóven de 15 años Manuel Gutiérrez. ¿Esto merece una estatua?

En esos mismos años se vivían protestas territoriales y ambientales, como las desarrolladas en Aysén, Magallanes, Calama o Freirina. Los casos de contaminación en la zona de sacrificio de Quintero-Puchuncaví o la promoción del proyecto HidroAysén que con sus represas atentaba contra la Patagonia daban cuenta de la preocupación ambiental de Piñera y su gobierno. ¿Este es el camino hacia la beatificación?

En respuesta a la movilización, Piñera propuso una legislación que buscaba endurecer las sanciones contra desórdenes públicos y tipificar como delito las tomas de establecimientos educacionales. Conocida popularmente como «Ley Hinzpeter», esta iniciativa fue criticada por diversos sectores que la consideraban una amenaza a la libertad de expresión y al derecho a la protesta. ¿Esto es digno de un demócrata? ¿O acaso nombrar ministros pinochetistas y defensores de Colonia Dignidad, como Hernán Larraín si lo es?

El pueblo-nación mapuche sufrió los embates del demócrata Piñera que creó el llamado Comando Jungla para “dialogar” con las comunidades y que acabó con el trágico asesinato de Camilo Catrillanca en noviembre de 2018. ¿Cuántos muertos valen un santuario?

En materia internacional, recordado es su viaje a Cúcuta en 2019 para apoyar la desestabilización de Nicolás Maduro en Venezuela. Pero lo que fue más grave, es la implementación de la Visa de Responsabilidad Democrática que abrió las puertas para que miles de migrantes venezolanos vinieran en masa a nuestro país, generando una grave crisis migratoria. ¿Es digno de homenaje las ilusiones que le dieron a los hermanos venezolanos?

En 2020, Piñera decidió no suscribir el Acuerdo de Escazú, el primer tratado ambiental de América Latina y el Caribe, argumentando supuestas preocupaciones sobre su soberanía y posibles implicancias legales ¿o habrá sido preocupación sobre sus negocios?

Por que claro, los negocios y sus gobiernos, siempre fueron divididos por una línea muy delgada. Mientras gobernaba, casualmente su familia vendía Minera Dominga a su amigo de toda la vida en un paraíso fiscal, con la pequeña cláusula de que el Estado (o sea, su propio gobierno) no debía declarar la zona como protegida. ¿habrá sido un milagro esta coincidencia?

Y qué decir de Exalmar, aquella tierna inversión en una empresa pesquera peruana justo cuando Chile litigaba con Perú en La Haya por derechos marítimos. Nada más alejado de un conflicto de interés, sólo era un hombre con un olfato impecable para los negocios ¿debemos nombrarlo patrono de los negocios oportunos?

Pero lo más complejo vino en 2019. Según el Instituto Nacional de Derechos Humanos (indh), se presentaron 3.233 querellas en representación de 3.828 víctimas de violaciones a los derechos humanos. De estas, solo se han obtenido 42 sentencias condenatorias ejecutoriadas. Además, el INDH reportó que, en los primeros cuatro meses de la crisis, se registraron 3.765 personas heridas, de las cuales 427 presentaron lesiones oculares. ¿Acaso Chile se olvidó de este oscuro legado de Sebastián Piñera?

La memoria en disputa

La historia no es solo un cúmulo de hechos, sino una disputa permanente por la memoria. Existen relatos oficiales, construidos por las élites, que buscan consolidar una visión conveniente del pasado, donde los vencedores dictan lo que merece ser recordado y lo que debe ser olvidado.

En Chile, figuras como Manuel Baquedano, Diego Portales o Arturo Alessandri fueron convertidos en íconos del orden y el progreso, ocultando los métodos autoritarios y represivos con los que ejercieron el poder. Baquedano, por ejemplo, no solo fue un líder militar en la Guerra del Pacífico, sino también el responsable de la ocupación y sometimiento del pueblo mapuche en la mal llamada “Pacificación de la Araucanía”. Sin embargo, ahí tuvimos su estatua dominando por más de un siglo la Plaza Italia, símbolo de la “victoria” del Estado sobre los sectores subalternos.

De manera similar, Portales es celebrado como el arquitecto del Estado chileno, cuando en realidad cimentó un sistema basado en la exclusión política y la represión de cualquier forma de disidencia. La élite escribe la historia para justificar su dominio, transformando a los autoritarios en héroes y a los rebeldes en criminales.

Lo mismo intentan hacer ahora con Sebastián Piñera. Durante su gobierno, la respuesta al estallido social de 2019 dejó miles de heridos, cientos de mutilados oculares y una serie de violaciones a los derechos humanos documentadas por organismos nacionales e internacionales. Fue el rostro visible de una política de represión que intentó sofocar una revuelta popular contra el modelo neoliberal y que le declaró la guerra a su propio pueblo.

Sin embargo, a un año de su muerte, su figura comienza a ser objeto de un proceso de blanqueamiento institucional: monumentos, homenajes y discursos que buscan lavarle la cara a un presidente que terminó su mandato con niveles de aprobación históricamente bajos. La reivindicación de Piñera no es solo un ejercicio de nostalgia de la derecha, sino una estrategia política para cerrar el capítulo de la revuelta de 2019 desde arriba, anulando su potencial transformador y legitimando la represión como una respuesta válida ante la protesta social.

En este proceso de clausura del relato de la revuelta, el gobierno de Gabriel Boric tiene un rol clave. Llegó al poder como la promesa de un cambio, pero ha terminado administrando el mismo orden que el estallido puso en cuestión. Lejos de transformar el país desde abajo, su gobierno ha optado por la vía institucional y la conciliación con las élites económicas y políticas, dejando de lado las demandas profundas de justicia, derechos y redistribución.

Lejos quedó el candidato Boric, que con un “Señor Piñera, está avisado”, en septiembre de 2021 amenazaba con ir a tribunales internacionales contra el ex mandatario. Hace un año lo llamaba “demócrata” y hoy no dudará en repaldar los homenajes. Esto no es un error aislado, sino un síntoma de un proyecto que, en lugar de desafiar la historia oficial, la refuerza.

La figura de Piñera, que debería ser recordada por los crímenes cometidos bajo su mandato, es ahora parte de un relato de “unidad” y “democracia”, funcional a quienes necesitan enterrar la memoria del pueblo y seguir gobernando sin contrapesos. Pero el pueblo tiene memoria.

Aunque la historia oficial intente borrar, distorsionar o maquillar los hechos, la memoria colectiva no se impone con estatuas de bronce ni desde los discursos del poder. Así lo demostró la reacción en los estadios del país tras la muerte de Piñera: mientras la institucionalidad dictaba minutos de silencio en su honor, desde las galerías reventaba el cántico «Piñera conchetumare, asesino igual que Pinochet».

No fue solo un grito de barra, fue una manifestación espontánea de una memoria viva, que resiste y rechaza los intentos de blanqueo de una figura marcada por la violencia de Estado. No importa cuántos santuarios coloquen ni cuántos discursos conciliadores pronuncien, la memoria popular seguirá recordando a Piñera por lo que realmente fue: el presidente de los mutilados, el que declaró la guerra contra su propio pueblo.

Lo mismo ocurrirá con la estatua que buscan erigir en su honor. No será un lugar de homenaje, sino de disputa, un nuevo foco de resistencia y expresión de descontento. Como la tumba de Jaime Guzmán, constantemente intervenida y vandalizada, cualquier monumento que busque perpetuar la imagen de Piñera como estadista será, en la práctica, un símbolo de la impunidad y la falta de justicia.

La historia no se escribe solo desde arriba, y aunque la élite se esfuerce por cerrar la herida del estallido con homenajes, el pueblo no olvida. En cada plaza, en cada marcha y en cada gesto de rebeldía, seguirá presente el recuerdo de quienes perdieron los ojos, de quienes fueron reprimidos, de quienes salieron a las calles porque sabían que otro Chile era posible. Un país que olvida su historia está condenado a repetirla. Mientras unos levantan estatuas, nosotros seguimos esperando justicia.

Javiera Veas

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