Lo inútil es el «voto útil»

En la antesala de las primarias, reaparece la vieja tesis del «mal menor», esta vez bajo el disfraz del «voto útil»: una estrategia del miedo que, lejos de ser efectiva, erosiona la política y nos condena a la resignación.

El falso dilema que nos acecha

La próxima semana, el oficialismo se mide en primarias y, como un fantasma que se niega a desaparecer, resurge el debate del ‘voto útil’. El escenario es, sin duda, complejo: Evelyn Matthei lidera las encuestas, tomando posturas cada vez más reaccionarias (desde justificar las muertes de la dictadura hasta proponer la reposición de la pena de muerte). José Antonio Kast, por su parte, alcanzó esta semana en las encuestas a la candidata de Chile Vamos, reposicionando a la ultraderecha a la cabeza de la carrera presidencial. Sin olvidar, por supuesto, a Johannes Kaiser, el Milei chileno, quien aún sigue en carrera.

Bajo este contexto, con todas las críticas que se le tienen a la primaria oficialista (que dejaron fuera a actores relevantes como Marco Enríquez-Ominami, que representan una continuidad al insípido gobierno de Gabriel Boric, etc), sin duda se plantean dos caminos para los votantes progresistas.

Por un lado, tenemos el camino de la convicción, representada en la candidatura de Jeanette Jara, con un proyecto de transformaciones profundas que genera adhesión entre sus partidarios. Sin embargo, este camino también desentierra un viejo temor: el persistente fantasma del “anticomunismo”, que históricamente ha sido utilizado para polarizar y restar apoyo a propuestas de izquierda.

En contraste, se nos presenta el camino de la “estrategia”, encarnado por Carolina Tohá y en menor medida Gonzalo Winter. La heredera de la Concertación se presenta como la opción moderada, cuya figura apela al centro político con la supuesta capacidad de bloquear a la extrema derecha. La lógica detrás de esta opción es que su moderación podría atraer a votantes más allá de la base progresista.

Este artículo sostiene que el llamado voto útil es una trampa. Es una idea que no solo resulta políticamente inútil, sino que también es profundamente dañina para cualquier proyecto de futuro que busque avanzar hacia un Chile más justo y equitativo.

La anatomía del miedo: deconstruyendo el argumento del “voto estratégico”

El pánico ante el avance de la ultraderecha ha dado vida a una narrativa que, aunque comprensible en su origen, se vuelve peligrosa en sus implicaciones. Quienes defienden la idea del “voto estratégico” o “voto útil” a favor de Carolina Tohá basan su razonamiento en una premisa principal: el anticomunismo visceral que, según ellos, permea una parte significativa  de la sociedad chilena.

La tesis es simple y contundente: en una eventual segunda vuelta presidencial, Jeanette Jara, con su perfil ligado a las fuerzas de izquierda y las transformaciones profundas, perdería inevitablemente contra la ultraderecha debido a esa aversión ideológica histórica.

Este relato se asienta en la urgencia de la moderación. Se argumenta que solo una figura de centro, alguien que no genere grandes alarmas ni polarice en exceso, tiene la capacidad de convocar no solo a los votantes indecisos, sino también a una supuesta derecha “democrática” que, supuestamente, estaría dispuesta a unirse para formar una barrera contra el extremismo.

Es la tesis del “mal menor” en su máxima expresión: la propuesta de sacrificar el proyecto propio, las convicciones y las transformaciones deseadas, en nombre de una supuesta gobernabilidad y la imperiosa necesidad de derrotar a la ultraderecha. En esta lógica, la estrategia pasa por asumir que una parte de la ciudadanía nunca votará por un proyecto de izquierda radical, y por lo tanto, la única vía realista es ofrecer una alternativa más suave al centro y la derecha moderada.

La evidencia empírica: cuando la calculadora falla

La lógica del “voto útil” se basa en una suposición que, al contrastarla con la realidad, demuestra ser errónea. La fórmula de que un candidato moderado tiene garantizada la victoria frente a una opción ultraderechista radical no es más que un mito. La evidencia internacional es contundente y nos muestra que la calculadora política, en estos escenarios, suele fallar estrepitosamente. La política, al final, no se rige por matemáticas, sino por pasiones

En Argentina, el “voto útil” hizo triunfar a Sergio Massa, representante del establishment sobre Juan Grabois en la primaria. Pero en la presidencial, Massa —pese a todo el respaldo institucional— fue derrotado con claridad por Javier Milei. El miedo a lo radical no detuvo el deseo de cambio, por más riesgoso que pareciera.

En Estados Unidos, incluso candidatos moderados y experimentados como Kamala Harris (siendo vicepresidenta) no pudieron frenar a la figura de Donald Trump, cuya radicalidad genera entusiasmo y moviliza a sus bases, mientras la moderación suele dejar indiferente a los indecisos.

Y así podemos seguir con otros ejemplos. La evidencia internacional sugiere que presentar una alternativa light o descafeinada frente a una ultraderecha con un discurso potente y claro es, con frecuencia, una receta para el fracaso. La gente no vota primariamente por miedo; vota por esperanza o, en muchos casos, por rabia ante el statu quo. Un candidato que se percibe como meramente moderado a menudo no logra inspirar ninguna de estas dos emociones fundamentales, dejando a su electorado desmovilizado y abriendo la puerta a quienes sí ofrecen una visión, por radical que esta sea.

El costo de la resignación: votar por el “mal menor” nos deja peor

Más allá de la fría aritmética electoral y los resultados que desmienten su eficacia, el llamado “voto útil” entraña un costo político y moral mucho más profundo y dañino para las fuerzas progresistas. Se trata de una erosión paulatina de la capacidad de soñar y construir un futuro, condenándonos a una resignación permanente.

El primer gran costo es la erosión de los proyectos políticos. Llevamos décadas inmersos en una lógica donde el electorado de centro-izquierda es llamado a votar “en contra de” y no “a favor de”. La premisa recurrente es evitar un mal mayor, un retroceso, un fascismo. Esta dinámica, perpetuada elección tras elección, vacía de contenido los proyectos políticos propios.

Si la única función de centro-izquierda es ser un dique de contención frente a la ultraderecha, renuncia intrínsecamente a su capacidad de proponer un futuro deseable, de encarnar la esperanza y la visión de un Chile distinto. Nos convierte en guardianes del statu quo o de un “menos malo”, en lugar de arquitectos de lo mejor.

Además, esta estrategia choca frontalmente con la herencia de la revuelta popular de 2019. Con su grito de “no son 30 pesos, son 30 años”, puso en jaque precisamente el modelo neoliberal y las lógicas políticas que la Concertación encarnó durante décadas. Votar por Carolina Tohá en nombre de la “estrategia” es, en la práctica, un acto de validación del modelo que la revuelta puso en cuestión.

Es una dolorosa amnesia política, un intento de borrar, o al menos minimizar, el profundo descontento social que llevó a millones de personas a las calles exigiendo cambios estructurales. Es decirles a esas millones de personas que su frustración, su descontento y su anhelo de transformación deben ser puestos en pausa, silenciados o subordinados a un frío cálculo electoral de contención. En esencia, es pedirles que se resignen a un retorno a lo conocido, precisamente aquello que detonó el malestar. La paradoja es cruel: para evitar un futuro indeseable, se nos pide abrazar un pasado que ya fue rechazado.

Las primarias de la continuidad

Ahora bien, es crucial entender que las actuales primarias son solo la primera etapa del proceso electoral, además de un asunto interno del oficialismo. Son el espacio donde las fuerzas que integran el Gobierno (Frente Amplio, el Partido Comunista, Socialismo Democrático) se medirán y propondrán sus caminos. Sin embargo, más allá de las buenas intenciones de candidaturas como la de Jeanette Jara, los marcos que definen esta instancia no se alejarán significativamente del actuar del gobierno que, cabe recordar, firmó el TPP-11, le dio oxígeno a las ISAPRES, reforzó el sistema de AFP y aceptó gran parte de la agenda de seguridad de la derecha. Esta primaria, entonces, representa la continuidad de una gestión que ha claudicado en varios frentes progresistas.

Por tanto, la primera vuelta se presenta como el espacio genuino para que la ciudadanía vote por lo que realmente cree que es mejor para el país. Allí es donde se configura el mapa político real, donde las diversas visiones para Chile se contrastan sin las limitaciones ni de una interna de coalición ni del pragmatismo de la segunda vuelta. Esta es la instancia para expresar una voluntad clara y sin ambigüedades, ya sea por una candidatura surgida de la primaria oficialista u otras con vocación transformadora que se presenten, como la de Marco Enríquez-Ominami, por ejemplo.

La estrategia y el pragmatismo tienen otro momento, y ese es la segunda vuelta. Si, y solo si, se llega a un escenario de balotaje contra la ultraderecha, ahí es donde cobra sentido articular fuerzas y sumar apoyos para contener una amenaza mayor. Sin embargo, adelantar esa lógica a las primarias o a la primera vuelta es un error táctico y político de proporciones. Es permitir que el adversario dicte los términos de toda la contienda desde el inicio, limitando nuestras opciones y forzándonos a jugar en su cancha. La verdadera audacia radica en defender nuestras convicciones cuando más importa: al presentarle al país la visión que realmente creemos que merece.

La audacia de votar por lo que se cree

Es hora de redefinir el concepto de “voto útil. No es el que se emite con la calculadora en la mano, sopesando supuestas probabilidades, sino aquel que nace de la convicción profunda en un proyecto de país. La verdadera utilidad reside en la afirmación de nuestras ideas, no en la renuncia a ellas.

Invirtamos el argumento que busca paralizarnos: candidaturas con proyectos transformadores, como podría ser la de Jeanette Jara o la de Marco Enríquez-Ominami, tienen, paradójicamente, más posibilidades de derrotar a la ultraderecha. ¿Por qué? Porque una candidatura moderada que no inspira a sus propias bases y que no logra convencer a los indecisos, rara vez genera la energía y la pasión necesarias para ganar.

Frente al miedo, nuestra mejor arma no es la estrategia, sino la convicción. Lo verdaderamente inútil no es votar por un proyecto transformador, sino resignarse a lo de siempre. Este no es el momento del mal menor: es el momento de tomar partido y decir con el voto lo que queremos construir.

Matias Gazmuri

Wanderino. Nació en Chillán pero ha vivido toda su vida en Villa Alemana. De profesión periodista y sociólogo. Militante del proyecto nacional popular. Activista ambiental y ex dirigente estudiantil.

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